Montevideo en 5 sentidos
Escribiendo y leyendo sobre ciudades queridas que han celebrado su aniversario
Si queres leer ese texto en portugués, entrá aquí.
Veo edificios viejos junto a construcciones nuevas. Hormigón antiguo junto a vidrio y hierro modernos. Ventanas altas y deco rococó junto a estructuras minimalistas, lisas y planas. Árboles con enormes copas que nos protegen del sol. El río que rodea la ciudad, a veces azul, a veces verde, a veces marrón. El cielo más espectacular que he visto nunca, lleno de colores o estrellas si te alejas de la ciudad. La gente camina envuelta en sus ropas de frío, a veces sólo puedo ver sus caras y el humo que sale de la boca al respirar.
Escucho el español rioplatense y lo repito en mi versión particular. También escucho otro español, el de los inmigrantes, y hasta algunos pedacitos de inglés o portugués, otros públicos que vienen a descubrir de qué se trata Uruguay. Palabras que sólo usamos de este lado del río y que nos diferencian de nuestro vecino hermano. Escucho también cumbia, tango, reggaeton. El ruido que hace el viento cuando cruza las calles, sin piedad ni misericordia. El sonido del agua corriendo en un día de lluvia. El sonido de los autos y buses que cruzan la ciudad durante la semana, o el silencio de los fines de semana, cuando el centro se vacía.
Siento las texturas de los árboles centenarios, la rugosidad del hormigón de los edificios, la sensación de la arena de la playa o la tierra de los muchos parques que salpican la ciudad. Mis dedos juegan con los trozos de yerba que se escapan del mate o recorren las cubiertas polvorientas de los libros en una librería. Rompo en mil pedacitos las hojas amarillentas que caen de las ramas. Disfruto del agua tibia que sale de la canilla o de la ducha y masajea mi piel seca por el frío.
Puedo oler la ciudad cuando respiro profundamente la brisa fresca. A veces es el delicioso olor de comida siendo preparada, de flores, de café caliente, de algún perfume que el viento me ha traído accidentalmente. A veces huele a suciedad, a agua sucia, a goma quemada. En casa huele al calor que sale de nuestra estufita, o a nuestro gatito y su pelo brillante, o a la vela que enciendo cada noche para relajarme.
Saboreo el mate, amargo y fuerte. Pruebo dulce de leche, alfajores, empanadas, milanesas, comida deliciosa que nos llena de energía para enfrentar el invierno. El agua supo mal por un rato, lo que no fue bueno. Prefiero el sabor del vino, de los besos de mi amado (que no es uruguayo, pero un poco sí), del improvisado arroz con porotos que a veces cocino cuando extraño mi Brasil.
Siento apego, paz y tranquilidad. Siento la suavidad de esta ciudad gris y sus estallidos de color, de su gente pacífica y sus estallidos de emoción.
Me siento en casa.
Siento.
Montevideo acaba de celebrar su tricentenario. En julio cumpliré 10 años viviendo aquí. Este texto es un homenaje a la ciudad que me acogió y que ahora es mi hogar.
Este texto es una traducción de mi newsletter “Histórias que abraçam”.